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La formación continuada en la empresa

La formación continuada en la empresa

Es innegable la importancia de la formación, sin embargo, en la práctica, esta no se da con la frecuencia que quisiéramos. ¿Cuál es la razón detrás de esta brecha para la formación continuada?

Básicamente, existen dos opciones: los empleados se forman por sí mismos o la empresa ayuda a que sus empleados se formen.

Comprender por qué algunos empresarios dudan en fomentar la formación continua de sus empleados requiere vivir la experiencia de ser empresario. Aquellos que han tenido responsabilidades directas con empleados rápidamente reconocen el dilema. 

¿Es seguro que la inversión en la formación de un empleado resultará en beneficios tangibles? ¿Cuál es la raíz del problema de la falta de formación? ¿Representa un riesgo significativo para un beneficio aparentemente intangible?

Respondiendo a la primera pregunta, la respuesta es un rotundo NO. Nadie puede garantizar que la formación producirá los resultados deseados, a pesar de que tenga sentido en la teoría. En cuanto a la segunda pregunta, si la empresa ha funcionado hasta ahora, ¿es realmente necesario? La respuesta a la tercera pregunta probablemente sea afirmativa.

En primer lugar, es fundamental reconocer que la formación es necesaria, aunque su relevancia puede variar según el tipo de empleo. Todos hemos notado la cantidad de títulos que los odontólogos o médicos exhiben en sus clínicas, lo cual nos brinda confianza y reconforta 😉

Si bien es posible contratar a recién graduados, con el tiempo, la falta de formación hará que la empresa quede desactualizada y se encamine hacia el desfase.

¿Cuál es la solución?

El compromiso de los empleados es la clave. Ningún empresario invertirá en la formación de sus empleados si no se ha generado previamente una relación estable y de confianza, pues finalmente, quien se verá beneficiado principalmente de esa formación es el individuo, no la empresa. La empresa se verá beneficiada si el empleado así lo quiere.

Incluso si tuviéramos una garantía de que el empleado aplicará correctamente lo aprendido en la formación, las dudas persistirían. Entonces, ¿qué podemos hacer?

En nuestro caso, respaldamos la inversión en formación debido a nuestra sólida relación con los empleados. Preferimos asumir el riesgo de que algunas de estas inversiones no rindan frutos en lugar de quedarnos atrás en términos de competitividad.

Tanto para el empresario como para el empleado, la formación es un desafío. No es sencillo que alguien que trabaja ocho horas al día continúe estudiando una o dos horas adicionales. Es difícil, y más en el mundo actual.

No debemos perder el objetivo de mejorar continuamente, y la estrategia de contratar a los mejores tiene un coste que a lo largo del tiempo nos lleva al mismo lugar (incluso el empleado más brillante y formado llegará al desconocimiento de lo nuevo).

Por todo esto, los empresarios están entre la espada y la pared, y por mucho que estén acostumbrados a vivir esta situación, este debe ser otro conflicto a resolver.

Para ilustrar esto con un ejemplo, ¿volveríamos a un restaurante que no conoce ninguna de las nuevas técnicas de cocina si al lado tenemos uno que sí lo hace? Llegará el día que cambiaremos al restaurante de al lado porque no queremos comer lo mismo todos los días y sin aplicar mejoras que, por poner un ejemplo, reduzcan los costes. 

Como clientes queremos lo mejor a cambio de nuestro dinero. Cada vez más y más.

Este post pretende explicar y promulgar la decisión tomada por nuestra compañía, Bitanube. La formación continua es una inversión con riesgos, pero que agrega valor. No invertir en ella nos llevará irremediablemente hacia la obsolescencia de nuestros productos o servicios.

Nuestra empresa se dedica a desarrollar aplicaciones web, la mayoría avanzadas. ¿Tiene sentido vender aplicaciones iguales que hace 5 a 7 años porque desde entonces los empleados no reciclan sus conocimientos? No, o al menos eso parece.

Formarse es aprender lo que otros antes han probado, y evitar toda esa pérdida de tiempo en el famoso prueba-error. Si no invertimos en formación, serán nuestros clientes quienes sufrirán nuestras pruebas, pero no nos engañemos, también lo sufrirá la empresa indirectamente, y sus empleados de forma más directa. 

Un empleado que sufre errores para aprender es un empleado que no puede, a la larga o a la corta, disfrutar de su trabajo, y eso es más que un requisito, es imprescindible.

Está claro que una formación a un empleado puede caer en saco roto si este abandona la empresa en poco tiempo, pero es un riesgo a cometer. Evidentemente, es más que aconsejable hacerlo con empleados de plena confianza, que llevan tiempo con nosotros, pero nada está garantizado.

Para mitigar este riesgo, existen contratos que establecen el compromiso de formación, de modo que no recae únicamente en el empresario. En nuestro caso contamos con dichos contratos, pero lo más importante es que la relación empresa-empleado sea sana.

Apostar por la formación continua es, en última instancia, apostar por la empresa, no solo en beneficio del empleado de forma individual. Por lo tanto, animamos a seguir formándose para mejorar nuestros productos y servicios, a través de la satisfacción de nuestros empleados, y, por supuesto, de nuestros clientes.

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